Perros
gatos y canarios. La música: ¿idioma
universal, cultural….o un poco de cada?
Combatiendo el viejo dogma “la música clásica occidental es el Idioma Universal porque habla
directamente al corazón y por lo tanto todo el mundo puede entenderla”, dogma que
además ha querido posicionar a la música clásica como superior, mejor que todas las
demás, la musicología actual
insiste –a grandes rasgos- en que “ningún tipo de música es idioma universal,
puesto que cada una surge en un contexto cultural determinado y que para
comprender cada lenguaje es
necesario conocer dicho contexto, o por lo menos, estar familiarizado con él”.
Muchos estamos de acuerdo en gran parte de este discurso. Aunque creo
–seriamente- que el problema de algunos musicólogos...¡¡es que no tienen
mascotas!! JJJ ó para decirlo de otra manera, se olvidan –seguramente
por falta de contacto- de que aparte de seres maravillosamente intelectuales
también somos, aún, animales, y que antes
de pasar por el lóbulo frontal,
muchos estímulos –como la música- entran a través de los sentidos al cerebelo y a otras áreas del cerebro y conectan con el sistema nervioso y desde allí a todo nuestro cuerpo.
Y por echar un vistazo, encontramos historias
de músicos y sus mascotas que son además de divertidas, fascinantes para darnos
algunas pistas en la búsqueda de respuestas. Podríamos acercarnos a indagar,
con espíritu neo-cientificista en los estudios que los etológos (quienes estudian el comportamiento animal) hayan
realizado con música y su efecto en animales, -si es que los hay- pero creo que
las anécdotas en este caso son mucho más interesantes porque hablan de largas relaciones de músicos con animales, de animales con música y de
situaciones que no son fáciles de medir en experimentos puntuales.
Por ejemplo, los pianistas que tienen o hayan
tenido un perro nos contarán que, en
el momento de sentarse a estudiar, el perro invariablemente viene desde donde esté a echarse bajo la cola del
piano, o a su lado si se trata de uno vertical. Parece que les encanta, que disfrutan de estar ahí ¡¡a pesar de lo
tediosa que puede resultar una sesión de estudio!! Alguien podría argumentar
que los perros, de cualquier manera siempre están allí al lado, ya sea que
estemos leyendo un libro o mirando la televisión. Por ello es muy significativa la historia de Patricia que
cuenta que durante su infancia, el “perro de casa”, Silver, digamos que ‘era de
su hermana’, de tal manera que a ella no le hacía caso jamás, vivía pegado a la
hermana o eventualmente perseguía a la madre, en aras de pedir comida. Sin
embargo, la hora diaria que practicaba al piano sabía que Silver estaría a su lado, metido bajo la cola
del divino monstruo. Era su único ‘momento del día’ con el perro, y la hacía
muy feliz.
¿Y qué tal los gatos? Esos seres elegantes prefieren subirse directamente sobre la
cola, y no limitarse a escuchar, sino de paso, sentir las vibraciones de las cuerdas. Mis 3 gatos –Drago, Anbu y Kirikú-
corrían al estudio desde donde estuviesen si escuchaban que mi hija o yo
comenzábamos a tocar. Dos sobre la tapa, uno en la ventana. Eran sus sitios.
Ahora que si venían alumnos a clase, no se acercaban ni por asomo, ni a la
ventana, ¡esa hora de música no les
hacía ninguna gracia! Deliciosa es la historia del gato de Natalia, una gran pianista profesional, que a base de
escuchar por años el instrumento, ya tenía claras sus preferencias: ¡no le gustaba el vals “del minuto” de Chopin!
Si ella comenzaba con Chopin, se piraba de allí… eso sí, al volver a sonar
Bach, retomaba su sitio sobre la cola. Increíble pensar que un animal tenga “gustos musicales”, y que le agraden más
unas obras que otras... igualmente que a los gatos de Leonora, otra gran
pianista que nos asegura que el autor favorito de todos sus gatos, ¡es Brahms! y corrobora que no les agrada
la música vertiginosa, y mucho menos el timbre de una soprano o de un violín...
pero adoran el violoncello. ¡Podríamos
también citar a los que vemos en youtube tocando el piano tan entusiasmados! No
hablo de ellos porque no conozco directamente las historias.
Aquellos que han tenido un canario, seguramente le han silbado para que éste “responda”. Generalmente reaccionan casi de
inmediato ante diversos estímulos sonoros: sea con un melodioso silbido o con
alguna flauta, tras una frase corta muchos comenzarán a cantar.
Pero no deja de asombrarme la historia de “Caruso”, un canario que por la costumbre de escuchar música diariamente, ya no cantaba
a las primeras de cambio. Caruso –al que alimentaban con alpiste marca “Ópera”-
vivía en casa de un pianista y profesor de piano. Contaba su dueño que se había
convertido en un auténtico sibarita si de escuchar música se trataba: al paso
de los años fue descubriendo que el ave sólo cantaría si él tocaba realmente inspirado. La leyenda corrió
rápidamente entre sus alumnos ¡por lo que el canario se convirtió en una
verdadera vara de medir! “ohh! no ha cantado… será que no he tocado bien” pensaban.
¡¡Y les daba un vuelco el corazón si sonaba su canto!! En este caso, es curioso
que no importase qué música o qué autor, sino sobre todo, qué calidad de interpretación.
Por supuesto que las anécdotas no nos sirven
para afirmar categóricamente nada, jeje,
¡pero puedo decir que muchos estudios musicológicos con aires cientificistas,
tampoco! Seguramente hay muchas reacciones –de los animales- por coincidencia,
variables que se nos escapan, o interpretaciones sesgadas de lo que los dueños
de las mascotas queremos sentir o leer en sus conductas. Pero la observación y descripción de los
hechos, también es parte de cualquier proceso
de investigación, y una parte valiosa. Por otro lado, -aunque esto sólo lo pueden
comprender aquellas personas que lo han vivido- está la íntima relación psicológica-emocional
que se genera entre “dueños” y mascotas, humanos y animales que tras años de
convivencia parecen saber, casi adivinar lo que el otro está sintiendo o
pensando. De ahí que yo confiera más
certeza y menos sesgo a sus interpretaciones que las que podría dar un
investigador en su observación.
En todo caso, lo que sí podemos afirmar con todo esto sin temor a
equivocarnos, es 1. Que a muchos
animales les agrada la música. Y 2. Que muchos animales, al familiarizarse con la música por los
años de contacto con ella, muestran preferencias
por unos objetos sonoros sobre otros, como si cultivasen su propio criterio o
discernimiento musical; aunque podríamos pensar que estas preferencias, como
las tímbricas, pueden ser eminentemente físicas,
las de velocidad, de carácter –los gatos son animales tranquilos por ejemplo y
prefieren la música rítmicamente y
melódicamente tranquila. Pero... ¿y en los humanos esas preferencias no pueden
obedecer, en gran medida a lo mismo?
A todos los seres humanos también nos agrada la música: a todos. De la misma
manera que nos desagrada el sonido
de una taladradora –a menos de que alguien haya vivido su infancia cerca de una
y le traiga dulces recuerdos- no hay cultura que no tenga música, la practique
y la disfrute, es decir, que el gusto
por la música es “universal”. Creo
que todos estamos de acuerdo en que, mientras más sabemos o conocemos
sobre algo, tenemos más herramientas
para poder disfrutarlo, o lo disfrutamos más profundamente, sus recovecos,
delicadezas, significados. A mí mientras más me explican sobre estrategias de
defensa en el baloncesto ¡más disfruto de ver los partidos jajaja! Aplicable a
todos los quehaceres humanos, y por supuesto, a las artes.
Pero hay que tener mucho cuidado con un discurso que se puede tornar tan dogmático como aquél que se quiere
combatir. Cuidado con volvernos más elitistas que los “elitistas europeizantes”,
dando al público que va a escuchar
conciertos de música clásica una idea como: “Señora lo siento pero usted no
tiene la cultura necesaria para entender lo que va a sonar y por ello es
difícil que lo disfrute...” ¡Noooo! ¡Es sumamente peligroso! Nadie tiene que “entender” nada para disfrutar a priori
de la música que suene: ni los gatos, ni los perros, ni las personas. Hay
muchos melómanos que no saben nada de teoría musical, ni de épocas históricas,
ni de la vida de los autores y que sin embargo escuchan clásico diariamente,
están familiarizados con muchos de sus lenguajes por la cantidad de obras que
conocen ¡¡y seguramente las disfrutan tanto como nosotros!!
Porque está la vía emocional, también. Las emociones se activan con multiplicidad de
estímulos: un texto, una idea, un pensamiento,
nos emociona. Una bella voz, o desgarrada, o una melodía, o una sucesión de
armonías, también. Recuerdo el sobrecogimiento que sentí a principios de los 90’s
al escuchar por primera vez el disco de “Voix bulgaires” (Voces búlgaras) que
se puso tan de moda. Te ponía los pelos de punta sin saber nada sobre ella, sin haber escuchado antes nada remotamente parecido. De igual manera
el primer contacto con el cante hondo o con Piazzolla o Ligeti o Zappa o con
mucha música india o africana de la que no tengo ni puñetera idea. La música
nos hace mover la cabeza, el cuerpo, tararear, balancearnos, entusiasmarnos,
relajarnos, estremecernos. Que después, si nos apetece, y somos curiosos, nos
podemos poner a investigar y conocer otros mil detalles y eso nos puede
revertir en mayor placer ¡fenomenal!
¡seguro que sí!
Y sí. La música clásica es por lo general compleja. ¡Hay tantas ideas, emociones,
historias, imágenes dentro de muchas obras, que la cabeza a menudo desconecta! ‘Too many notes’ jeje, como atinan a
decir en la película Amadeus –cuántas
veces me he adormilado escuchando la orquesta...- y en algunos casos, un hilo
conductor nos puede servir de herramienta para ‘penetrar’ en la obra. Pero no
es condición necesaria, conditio sine
qua non para ello, y eso debemos dejarlo claro.
Todo esto no significa ir en contra de la
cultura, no significa invitar a la gente a no tener curiosidad por el
conocimiento, no significa decirle a nadie ¡venga vamos a ser mejor todos unos
ignorantes y a disfrutar se ha dicho! Tan divinas
y placenteras las emociones
generadas por el intelecto como las
que nos ofrecen los sentidos, y si
encima están combinadas, pues son la hostia: como la música.
No entiendo nunca los determinismos en los teóricos. La historia de la filosofía, de la
psicología o de la ciencia nos ha enseñado que no son eficaces para describir los complejos procesos de la naturaleza o
de los seres humanos. Ni yin, ni yang... sino yin/yang.