miércoles, 17 de agosto de 2011

"ÁNGELES Y PRIMATES" (Relatos bastante Breves IV)

DESPERTARES

Entre las ocho y nueve de la mañana es el único período del día en el cual el efecto de la medicación me permite estar con él. Hoy cuando entré en su habitación se veía diferente, su rostro estaba sonrosado, aparentaba menos rigidez y al verme extendió una sonrisa de la que salieron volando mariposas. Nada puede ser más esperanzador que la sonrisa de un anciano.-Hola princesa.
Desde hacía cinco meses mi labor de tomar testimonio de su vida había suplantado a la mía. Esta mañana no fueron necesarias preguntas ni la ayuda de algunos objetos que usaba como puertas a sus recuerdos. Sin dilación el doctor Grouse, mi abuelo, comenzó a narrarme la historia que escribo y que de entre todas sus aventuras siempre será la más bella.

“En las mañanas me despertaba el olor a café y a flores. Ella solía madrugar, a mí me gustaba quedarme en la cama remoloneando en la felicidad que me daba el beso y el “te amo” con el que se despedía para salir al bosque. Entre sueños escuchaba sus pasos sobre la madera de la cabaña sabiendo que al levantarme me recibiría con un beso nuevo, un abrazo abismal y ese “te amo” profundo y hermoso que pronunciaba internando sus ojos en mi alma. Después volvía a desaparecer para dejarme solo, como me gusta estar cuando comienzo el día, con mi café y ese primer cigarrillo que curiosamente me permite respirar mejor el aire virgen de los cientos de encinos que rodeaban la cabaña.
Verla regresar de comprar esos blanquillos que las gallinas de doña Mercedes, que al correr parecían dinosaurios, compartían involuntariamente con nosotros era una secuencia de esas que uno no cree estar viviendo, esas que trascienden la realidad para fundirse con el más bello anhelo desde la adolescencia. Ella era todo y me traía flores.
Platicábamos de la vida por horas, me encantaba discutirle. Después de comer nos gustaba tumbarnos a ver una película eterna, no podíamos darnos un beso de más de dos segundos.
En las tardes ella se ponía a trabajar en su libro, que vi parir nueve meses después y del que participaba revisando y escuchándola.
Solía llover todos los días y en invierno el frío llegaba con la noche por eso la llamaba desde la cama porque cuando se centraba en su novela se iba y yo la extrañaba después de horas sin ella completamente para mí. Cuando se deslizaba entre las mantas como una tormenta nos fundíamos como nunca, como siempre. Y con su voz inofensiva y serena me contaba un cuento, en el que yo era siempre el protagonista, y me acariciaba el pelo delicadamente como un ave mientras yo me iba durmiendo casi sin querer porque nunca hubo un sueño más hermoso que estar con ella.”

Brillaban sus ojos como los de un niño volando una cometa, supe entonces que él estaba allí, con ella. Era la primera vez que me hablaba de una mujer y la primera en la que insistía “Eso me pasó a mí” mientras sonreía como si toda la vida hubiese merecido la pena.

Evadí la curiosidad de las preguntas; cómo se llamaba, qué sucedió. Yo misma sentí el desgarro incalculable de saber que ese amor un día se había perdido y que tuvo que aprender a despertar cada día sin ella.

Con esta historia conocí quién era mi abuelo.

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