jueves, 18 de agosto de 2011

"ÁNGELES Y PRIMATES" (Relatos bastante Breves V)

DESPERTARES

Levábamos toda la semana desértica, alcoholizándonos mientras veíamos el MTV y comiendo como tlacuaches en gallinero, cuando una mañana, que en realidad era un medio día, reventaba el timbre de la entrada. Una legión de señoritas uniformadas se agolpaba en la puerta de vidrio que protegía el hotel. – ¡Qué, madres, es, eso!. Espetó el chino con la pancarta de la lujuria en su enorme pecho. – ¡No mames!.- Alcancé a decir.Lo crean o no la historia que les voy a contar sucedió tal y como la recuerdo.

Mi amigo El chino y yo éramos conocidos del dueño de un pequeño hotelito en la periferia de Cardel pueblo caluroso y húmedo donde los haya. Después de Semana Santa era improbable que alguien cayese por allí de modo que nos propuso quedarnos una semana al mando del hotel. Amador, que así es su nombre, continúa siendo un hombre imprudente.

El inesperado asalto era provocado por una cohorte de edecanes, azafatas de esas de eventos, a cuál más espectacular y desmadrosa. Ocuparon las doce habitaciones y en un escándalo perturbador sin precedentes nos dejaron turulatos en la recepción.

Pasaron las horas y desde abajo escuchábamos sus aullidos por encima del reegueton distorsionado. Era como las psicofonías del averno del profesor Argumosa. Las imaginábamos y las temíamos. Algunos de los comentarios que alcanzamos a escuchar eran tan soeces y violentos que nos intimidaron hasta el punto de ser el antídoto para nuestras lascivas mentes, perturbadas de ver cómo nos superaban.

A las diez de la noche salieron emperifolladas, ampliando en este contexto la verdadera etimología de la palabra. La carnicería estaba abierta.

Sobre las doce de la noche aparecieron con una bola de cabrones. Después supimos que también se dedicaban a lo mismo, me refiero a ambas cosas, y que se hospedaban en un hotelito vecino. La tenían más que armada y así sucedió.

Cuando el desmadre alcanzaba su pico de intensidad, por un casual, al recorrer el pasillo de la recepción, vi a un sujeto impecable con guayabera azul marino, pantalones beige, zapatos blancos y un anacrónico e indiscreto ramo de flores.–Chino, chécate a este guey. – ¡Qué pedo!. ¿Le abrimos?.

Por alguna razón adivinamos lo que podía acontecer y salimos a platicar con él fuera del hotel para que la hecatombe de quejidos y risas no perturbase la conversación.
- Hola, que mi novia esta en este hotel y venía a verla.

¡Chinga su madre¡ El chino y yo tratamos de disuadirle, protegerle para que no corriese hacia el sumidero, aun así el necio se aferraba por entrar y terminó derrumbándonos cuando del bolsillo de su impecable guayabera sacó la típica cajita portadora del anillo.

Llegados a este punto, lo importante era desenmascarar esa relación y tratar, en todo caso, que el individuo al que tomamos cariño, esquivase su destino. La verdad estaba ahí y el chino y yo teníamos la llave para abrir la caja de Pandora, además ya estábamos pedos.

Lo vio todo, y como poseído por los demonios del viento salió escaleras abajo desparramando las flores por las escaleras como sus esperanzas.

Pero, cómo la condición humana es insondable, una hora después regresó a por más con la ropa impropiamente clara para estos lares sucia y borracho.

Salieron a la calle para llorar con el drama del anillo, con abrazos y aspavientos, hasta que de ella con un desplante agresivo pudimos leer en sus labios el epitafio “-¡Sí y qué. Yo cojo con quien quiero, y qué!”. Ella abrió la puerta y entró decidida a quitarse las penas, él destruido se había desplomado en la escalera. De repente, en otro súbito frenesí, como pasan estas cosas locas del amor, el desahuciado sale corriendo escaleras arriba y olvida que la puerta de vidrio no la atraviesa ni el más arrebatado amor. Rebotó para caer eliminado, inconsciente.

Ya se estaba saliendo de madre la cosa. No convenía para nada avisar a la policía pero al ver que no se levantaba llamamos a una ambulancia sin decir que éramos del hotel, apagamos las luces y esperamos en penunbra a que llegasen. Aparecieron las asistencias. Pero claro, el muchacho se había vomitado encima y apestaba al alcohol tal y como vociferó uno de los enfermeros que sin compasión lo dejó allí a su miserable suerte.

Le vigilamos por una hora, se había incorporado y lloraba como un trapo empapado en la botella que al parecer tenía amagada. Le dejamos solo, tenía que enterrar a sus muertos.

Clareaba apenas la mañana cuando escuchamos el grito de una señorita, uno más pero este desgarrador. El chino y yo acudimos a ver lo que sucedía y allí estaba ella, con los dedos dentro de la boca, estupefacta, viendo como los perros cimarrones arrastraban a su ex novio hacia el potrero dando el patético fin a un día fatalmente inolvidable.


Siempre reímos como posesos al relatarnos esta historia, y es que al fin y al cabo excepto la muerte y tener hijos lo demás en la vida sólo son anécdotas.

¿Qué habrá sido de ella?

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